*La familia Colorado del municipio de Amatlán de los Reyes conserva la tradición de crear “bolas de chocolate” para el Día de Muertos; a golpe de metate, los granos son molidos, liberando sus aceites naturales y su fragancia inconfundible.
Miguel Ángel Contreras Mauss
Córdoba, Ver.- Entre las calles y aromas de Amatlán de los Reyes, la magia del cacao se transforma en un manjar tradicional, un tributo en cada altar de Día de Muertos.
Aquí, el cacao no es solo una semilla, es la raíz de una tradición que la familia Colorado de Jesús ha convertido en un legado a través de las “bolas de chocolate” artesanales.
En cada una de estas esferas de intenso aroma y sabor, se esconde el trabajo, el amor y la historia de este clan amatleco, que por décadas ha preservado esta herencia con orgullo.
La historia de este oficio comienza con doña Juanita López, quien desde joven moldeó cada bola de chocolate con las manos curtidas y el corazón lleno de recuerdos y enseñanzas.
Hace muchos años, bajo la sombra de los árboles de cacao y el calor de la molienda, doña Juanita le enseñó a su nieta Graciela de Jesús el arte de transformar el cacao en ese chocolate dulce y espeso.
“Cada bola lleva el secreto de las manos de mi abuela”, comenta Graciela con una sonrisa nostálgica.
El trabajo comienza al alba en la casa de los Colorado. Entre los cantos de los gallos y el rumor del pueblo que despierta, la familia se reúne en la cocina, donde los aromas del cacao, la canela y el azúcar llenan el aire.
A golpe de metate, los granos son molidos, liberando sus aceites naturales y su fragancia inconfundible. Cada miembro tiene su papel en este ritual: desde seleccionar los granos, hasta medir las especias, y mezclar con precisión cada ingrediente para lograr esa textura cremosa que da carácter a las bolas de chocolate.
Reyna Colorado, hija de Graciela, se ha convertido en la custodia más reciente de esta tradición. Con manos firmes y ojos brillantes, sigue los pasos de su madre y su abuela, cuidando cada detalle de la elaboración.
“Esta tradición es como nuestra familia: fuerte, unida y llena de sabor”, expresa mientras acaricia una bola de chocolate lista para la ofrenda.
Pero en la cocina de los Colorado, el chocolate no es solo alimento, es un puente hacia los ancestros. Cuando la familia amasa y moldea, no solo elabora un producto, sino que revive el eco de voces que ya no están, escucha las risas y recuerda los cuentos de la infancia.
Felipe Colorado, uno de los hijos, lo describe mejor: “Hacer chocolate es como contar una historia en voz baja. Es recordar sin hablar, es sentir el peso de la historia en las manos”.
Cada bola de chocolate que sale del hogar de los Colorado lleva consigo un pedazo de Amatlán, una pizca de nostalgia y el profundo amor de una familia que ha hecho de este ritual una celebración de identidad. Este chocolate es el corazón de sus altares, un dulce que invita a las almas de sus seres queridos a regresar cada noviembre, a tomar asiento junto a la familia, aunque sea por un instante, y saborear el fruto de generaciones de dedicación.